Cómo aprendí a aceptar la diabetes sin dejar que me limite
Cuando me diagnosticaron diabetes tipo 1, sentí miedo, rabia y confusión. Tenía solo 18 años y no entendía por qué me había tocado a mí. Durante mucho tiempo viví con la sensación de que mi vida ya no volvería a ser la misma. Y aunque en parte era cierto, con el tiempo descubrí algo que cambió por completo mi forma de pensar: aceptar la diabetes no es rendirse, es aprender a convivir con ella sin dejar que te controle.
El proceso de aceptación no fue fácil
Al principio, me costaba muchísimo asimilarlo. Me molestaba tener que pincharme, contar los carbohidratos, o estar pendiente del azúcar cada pocas horas. Todo eso me hacía sentir diferente, y por momentos, cansado de tanto control. Pero poco a poco comprendí que la única forma de recuperar mi libertad era aceptar mi nueva realidad.
La aceptación no llegó de un día para otro. Llegó después de muchos momentos de frustración, de errores, y también de pequeñas victorias. Aprendí que, en lugar de luchar contra la diabetes, tenía que aprender a trabajar con ella. Y cuando empecé a hacerlo, todo cambió.
El cambio de mentalidad
Mi mentalidad dio un giro cuando dejé de pensar en lo que no podía hacer, y empecé a centrarme en todo lo que sí podía seguir haciendo: entrenar, viajar, disfrutar de una comida, reírme con mis hijas, salir con amigos… La diabetes no me lo impedía; solo necesitaba aprender a gestionarlo mejor.
Dejé de sentirme víctima y empecé a sentirme responsable. Y esa diferencia es enorme. Responsabilidad no es castigo, es poder. Tener diabetes me obliga a conocer mi cuerpo mejor que nadie, a cuidar de mí y a tomar decisiones conscientes cada día. Eso, lejos de limitarme, me ha hecho más fuerte.
Lo que me ayudó a aceptarla
1. Hablar con otras personas que también la tienen
Escuchar a otros diabéticos, compartir experiencias, entender que no estoy solo, fue un punto de inflexión. Saber que todos pasamos por lo mismo, y que se puede vivir bien, me dio muchísima calma.
2. Convertir el control en un hábito, no en una carga
Al principio veía el control como una obligación pesada, pero con el tiempo lo transformé en una rutina natural. Mirar el azúcar ya no me estresa, me tranquiliza. Es una herramienta que me ayuda a entenderme mejor.
3. Cuidar también mi mente
Aprendí que la diabetes no solo afecta al cuerpo, sino también a las emociones. He tenido momentos de ansiedad, frustración y miedo, pero cuidar mi salud mental me ha permitido mantener la calma incluso cuando los números no acompañan. La mente también se entrena, igual que los músculos.
Hoy, la diabetes forma parte de mi vida, pero no la dirige
He aprendido a vivir con ella sin dejar que me limite. Me recuerda que tengo que cuidarme, pero no me impide disfrutar. Sigo haciendo todo lo que me gusta: entrenar, comer fuera, reír con mi familia, disfrutar de mis hijas… simplemente, lo hago con más conciencia.
Si acabas de ser diagnosticado, quiero decirte algo importante: no te castigues por tener diabetes. No es tu culpa, y no estás solo. Al principio cuesta, sí, pero un día te darás cuenta de que puedes llevar una vida normal, incluso mejor que antes, porque ahora te conoces más y te cuidas mejor.
La aceptación no es resignación, es libertad. El día que dejé de pelear contra mi diabetes, empecé a vivir de verdad.